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¿Qué significa que la iglesia es la novia de Cristo? | Preguntas bíblicas

NOTAS DEL EDITOR: Este es un fragmento adaptado del volumen 3 de la serie Unidos en la fe (B&H Español, 2023), un estudio que explora el mensaje de la Biblia utilizando un acercamiento teológico y doctrinal. Incluye cuarenta y ocho sesiones semanales distribuidas en ocho volúmenes que abordan las doctrinas esenciales de la fe cristiana.

Una de las muchas formas en que el Nuevo Testamento describe a la iglesia es como la «novia» de Cristo. ¿Qué significa exactamente que sea llamada de esta manera? Esto principalmente muestra la clase de relación que Cristo tiene con aquellos a los que ha rescatado por fe. Él no es una autoridad distante ni un amante ocasional. Él está comprometido en amar a la iglesia que rescató con Su sangre por la eternidad. Veamos un poco más al respecto mientras estudiamos por qué la Biblia llama «la novia de Cristo» a la iglesia.

La imagen de la iglesia como novia habla de la permanencia de su relación con Cristo. Desde el principio, Dios quiso que el matrimonio fuera una relación duradera de pacto entre un hombre y una mujer (Gn 2:24), pero también siempre fue pensado como un pequeño cuadro o una parábola viviente, por decirlo así, de la relación de Cristo con Su iglesia (Ef 5:32).

Jesús, el Novio perfecto, es siempre fiel en Su amor por Su novia. Nunca la dejará ni la abandonará. Él es implacable en Su búsqueda del bien de ella y sacrifica todo para que ella se presente pura e intachable, y continuará buscando su bien hasta el día en que todas las cosas sean hechas nuevas (Ef 5:25-27).

A la iglesia, por su parte, le corresponde esperar fielmente el día en que Cristo regrese y pueda disfrutar del nuevo cielo y la nueva tierra. Ese día se celebrará lo que la Biblia llama las bodas del Cordero. El amor eterno entre Cristo y la iglesia será consumado a la perfección. El amor Redentor de Cristo por fin santificará por completo a Su novia y la convertirá en Su esposa por toda la eternidad. Como creyentes, disfrutaremos de estar en una relación de pacto por siempre con Jesús. Ya no será necesario ningún matrimonio humano porque nuestra profunda necesidad de cercanía y amor será satisfecha en Cristo, el único Esposo perfecto que rescató a Su esposa de sus iniquidades al dar Su vida por ella en la cruz.

El pacto de Dios con Su pueblo

En el Antiguo Testamento, la relación de Dios con Su pueblo bien puede resumirse en una sola palabra: pacto. No era algo ocasional. Era algo equiparable a una relación matrimonial, un pacto que no se quiebra a la ligera. Esto es lo que Dios mismo afirma por medio de uno de los profetas. Él dice que hizo «pacto» con Israel cuando lo sacó de Egipto y que Él era «un esposo para ellos» (Jr 31:32). Dios se comprometió a quedarse con Su pueblo y, en consecuencia, Su pueblo debía también serle fiel. En esencia, algo bastante equiparable a una relación matrimonial.

"Jesús, el Novio perfecto, es siempre fiel en Su amor por Su novia. Nunca la dejará ni la abandonará"

Pero el pueblo de Dios fue infiel. Un lenguaje tristemente repetitivo en el Antiguo Testamento es el de Israel no solo como un pueblo infiel, sino como una ramera (una prostituta). Yahvé denuncia que Israel vivía como si Él no existiera, se habían «olvidado» de su relación con Él (Jr 2:32). El profeta Oseas denuncia a Israel, diciendo: «Porque te has prostituido, abandonando a tu Dios; / Has amado el salario de ramera sobre todas las eras de trigo» (9:1b). El profeta Ezequiel expresa la misma idea al describir a Israel como una «¡Mujer adúltera, que en lugar de su marido recibe a extraños!» (16:32). Israel, en pocas palabras, fue una «esposa infiel» (Jr 3:20, RV60).

Dios, increíblemente, reaccionó de una manera muy distinta a la que es nuestra naturaleza. En lugar de buscar un divorcio, buscó restaurar a Su esposa infiel, purificarla de sus pecados. Esto, aunque aparece en varios pasajes de la Escritura, es ejemplificado —o mejor dicho, escenificado— a la perfección por la vida de un profeta en particular: Oseas.

Dios mandó que Oseas fuera una ilustración viva de Dios con Su pueblo. Gomer, su esposa, no era más que una infiel. No merecía que Oseas la perdonara ni que se quedara con ella.

Pero Oseas la perdonó y no solo la perdonó, sino que además la restauró. Ese era el plan de Dios con Israel. El Esposo perfecto no abandona a Su esposa. Él prometió: «Te desposaré conmigo en fidelidad, / Y tú conocerás al SEÑOR» (Os 2:20). Ese es Yahvé: el Esposo que guarda con fidelidad Su pacto de amar a un pueblo infiel.

La relación de Cristo con Su iglesia

En el Nuevo Testamento, el concepto de pacto entre Dios y Su pueblo se mantiene, pero se profundiza en la persona de Cristo. Pablo explica por qué se interesaba en la pureza de la iglesia de Corinto: «Porque celoso estoy de ustedes con celo de Dios; pues los desposé a un esposo para presentarlos como virgen pura a Cristo» (2 Co 11:2). La santidad de cada iglesia local se conecta en gran manera con la relación de pacto que tiene con Cristo. La iglesia no puede vivir en fornicación espiritual, ya que debe presentarse ante Cristo.

Ahora, como el pueblo de Israel demostró, sencillamente es imposible que en nuestras fuerzas seamos fieles a Dios. Por eso murió Cristo. Ante el pecado de infidelidad de la iglesia, «Cristo amó a la iglesia y se dio Él mismo por ella» (Ef 5:25). Aquí, por supuesto, se refiere a la iglesia universal, puesto que Jesús rescató a todos los creyentes que han conformado todas las iglesias de la historia. Él cargó con sus infidelidades para perdonar a Su iglesia y desposarla. El mismo corazón de Dios revelado en el Antiguo Testamento permanece en la persona de Cristo en el Nuevo Testamento. El plan de purificar a un pueblo infiel simplemente se mostró con mayor claridad en cómo Cristo dio Su vida por nosotros.

Ahora, ¿por qué dio Su vida? Pablo no deja esto en incógnita: Cristo murió por la iglesia con propósitos claros:

Para santificarla, habiéndola purificado por el lavamiento del agua con la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia en toda su gloria, sin que tenga mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuera santa e inmaculada (Ef 5:26-27).

"Jesucristo decidió amarnos. Decidió desposar a la iglesia. Decidió que haría un compromiso de amor eterno con pecadores que no merecían ser vistos"

¡El cuadro soñado de una boda no tiene por qué hacerse a un lado en la Biblia! ¿Cómo quiere ver un esposo a su esposa el día de la boda? Hermosa, pura, ¡lista para entregarse solo a él! Es lo mismo que Cristo espera de Su iglesia. Quiere purificarla con Su Palabra, limpiarla de toda mancha de pecado infiel, para gozar de una relación eterna de amor con Él.

¿Quién no quiere estar en una relación así? Vivimos en un mundo de infidelidad y traiciones. Muchos luchamos para poder confiar en otros porque hemos sido lastimados. Pero, en este caso, ¡nosotros somos los que no éramos dignos de confianza! Aun así, Jesucristo decidió amarnos. Decidió desposar a la iglesia. Decidió que haría un compromiso de amor eterno con pecadores que no merecían ser vistos. Él prometió amarnos y, como una parte crucial de ello, santificarnos para tener una hermosa relación con Él sin nada que nos separe de Su presencia.

Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento comparan la relación de Dios con Su pueblo con una relación matrimonial. Ahora, hay un detalle muy interesante que no hemos mencionado: el Nuevo Testamento no dice que la iglesia sea la esposa de Cristo, antes de las bodas del Cordero, sino sugiere que es la «novia» a la espera del futuro Esposo (Ap 19:721:9; cp. Ef 5:25-27). ¿Qué imagen nos trae a la mente esto? Sí, una boda. El final soñado de una película romántica es, asombrosamente, también el final de la Biblia. Pero no es un sueño, ¡el futuro de la iglesia es consumar su pacto de amor eterno con Jesús en una boda!

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